martes, 27 de agosto de 2013

Redams: capítulo 3

Abrí los ojos angustiado intentando perseguir la luz, miré desconcertado hacia todos los lados. Hacía frió y solo había nieve a mí alrededor, estaba congelado porque solamente llevaba un pijama muy fino de pantalones cortos que no me cubrían ni las rodillas. El pijama era beis y podía notar como mi pijama y yo desaparecíamos entre tanta nieve. No podía moverme, la nieve me engullía, no podía ver nada. Cada vez tenía menos visión. Me desperté gritando como un desesperado intentado salir de ese agujero que me encerraba. Mi cuerpo avanzó hacia delante como si fuera un zombi, brazos extendidos y ojos cerrados. Cuando abrí los ojos me di cuenta de que estaba temblando de frio en mi cama. Miré el reloj del móvil, eran las 7 am. Con la pesadilla que había tenido no me había dado cuenta que me dolía mucho la cabeza, ni si quiera recordaba saber cómo había llegado a mi cama. Llamé a mi madre, mi madre adoptiva, aun que no fue mi madre de sangre yo la quería como tal. Soy huérfano desde que nací o eso me dijeron mis padres. Quería que viniera para que me contase que había sucedido. No tenía ningún sentido que yo estuviera aquí y menos que sea ya la mañana siguiente. Nancy entró por la puerta y se acercó rápidamente hacía mi. Noté como su cara se aliviaba al verme despierto. Le intenté preguntar qué había pasado pero ella no paraba de llorar y murmuraba palabras que no lograba entender. Veía como intentaba esconder su miedo hasta que la escuché respirar más relajada y agitar sus brazos. Ella me contestó:

- ¿¡Hijo estas bien!? ¡No sé que ha podido pasar! Te estuvimos esperando toda la noche ¡pero no llegabas! Tu padre y yo estábamos muy preocupados. Sabíamos que no habías entrado a casa pero subí a tu habitación para ver si por alguna causalidad entraste a casa sin darnos cuenta. Me asomé a tu cuarto para ver si estabas aquí, y así era, estabas tumbado en la cama inconsciente y de eso ya han pasado dos días  – dijo angustiada Nancy.
- ¿¡Que!? ¿¡Ya han pasado dos días desde que empezó el instituto!? – dije yo.
- Menos mal que está bien, menos mal que está bien- repetía Nancy mientras se iba de mi habitación. Te toca instituto – dijo ella al asomarse de nuevo a mi cuarto.

Me levanté rápido de la cama, me vestí con una camiseta blanca y unos vaqueros cortos. Bajé las escaleras y cogí una magdalena de la cocina. Mientras salía por la puerta me despedí de mi padre adoptivo.
Recorrí el mismo camino para llegar al instituto y pasé por el paseo marítimo. Estaba agotado y con un fuerte dolor de cabeza todavía. Las puertas del centro estaban abiertas en ese momento. En mi segundo día de clase llegué tarde, como la primera vez, aunque por suerte el profesor no había llegado. Entré en clase y todo seguía igual. Miré hacia el final de la clase para poder dirigirme hacia mi asiento y creí distinguir a una chica nueva aunque no me dio tiempo a fijarme en ella. Mi vista comenzó a emborronarse, me apretaba la cabeza y me agarré la cabeza con mis manos fuertemente. Caí al suelo y empecé a gritar como un desesperado. Entró Brittany por la puerta, me encontró tirado en el suelo y se agachó para agarrarme.

- ¡Nathan! ¿¡Estás bien!?-  preguntó Brittany.

Cuando me sujetó con su mano para elevarme empecé a sentirme mejor. El dolor de cabeza cesó por un tiempo. Su mano derecha agarraba mi mano derecha, noté como una sensación de satisfacción y como una energía se transportaba por nuestros cuerpos intercambiándose.

- Sí, muchas gracias por ayudarme – dije yo un poco más aliviado sin esos fuertes pinchazos en la cabeza.

Pude mantenerme fijo en el suelo, mi vista había vuelto a la normalidad y me arreglé un poco la ropa. Miré de nuevo al final de la clase pero ya no estaba esa chica misteriosa. Me acerqué hasta el pupitre de Brittany para preguntarle por esa chica.

- ¿Sabes si ha entrado una nueva chica a nuestra clase? – dije.
- Nadie se ha transferido en estos días. Por cierto ¿por qué llegas tarde? – dijo ella.
- ¿Son las 8 am no? – dije.
- ¡Para nada! – miró el reloj del móvil. Son las 9:05 am.
- Me quede durmiendo – sonreía mientras salía de esa situación y volvía a mi asiento.

Al acabar la clase de literatura española nos tocaba dar clase de natación. Al ser un instituto de gran nivel tenía una gran piscina climatizada para que los profesores y estudiantes pudieran disfrutar de ella en fines de semana o fiestas en el centro. Además de utilizarlas para dar clases escolares.

De camino al vestuario noté como una ráfaga de aire se removía entre mis pies. No esperé a salir volando así que corrí directo al cuarto de la limpieza. Cuando habían pasado unos minutos miré por debajo de la puerta y no se notaban corrientes de aire. Salí de ese lugar que olía a lejía y a sudor. Llegué al vestuario de los chicos y no había nadie. Todos se habían cambiado y estaban en a la piscina a punto de comenzar la clase. Solo estaba yo y tenía mucho miedo. Dejé mis cosas en el banco donde no había ninguna mochila. Me quité la camiseta de encima y saqué una toalla de mi taquilla. De repente cuando fui de vuelta al banco para ponerme el bañador empezó a dolerme la cabeza y el vestuario comenzó a girar y a girar. Llegó un momento en el que no distinguía si estaba en ese mismo lugar. De nuevo se me emborró  la visión y no podía ver nada. La primera vez que me ocurrió fue en la clase anterior. Me molestaba mucho que todo el esfuerzo que había puesto en ser un adolescente normal en este pueblo no tenía efecto. No era capaz de aguantar más estos sucesos extraños que me estaban sucediendo, los cuales no tenían ningún sentido y empecé a gritar:

- ¡Parad ya esta broma! ¡No tiene gracia! ¡Venid aquí y enséñame quienes sois! – grite mientras muevo los brazos en todos los sentidos para poder saber donde estaba.

Era tal el enfado que llevaba encima que noté como el corazón se aceleraba, empecé a temblar y noté como la furia se expandía por todo mi cuerpo. En ese instante comenzó a salir agua por las duchas. Lo mismo pasó con los lavabos, incluso por los retretes comenzó a salir agua a cantidades exageradas. Todo el suelo del vestuario estaba lleno de agua. No podía ver nada e iba andado a ciegas hacía mi mochila, en ese momento resbalé. Me di con toda la cabeza en el banco y me quedé inmóvil. No podía sentir mis piernas, ni mis brazos. Estaba completamente paralizado. No pude pensar en otra cosa que en mi propia muerte.

Continuará...

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